Muchos hombres y mujeres que pasean por el parque o duermen medio drogados en residencias carentes de calor humano, hicieron su revolución personal trabajando, queriendo, con sufrimiento y gozo, con pérdidas y ganancias, pero procurando siempre con generosidad que sus hijos y nietos tuvieran mejor vida que tuvieron ellos. Dicen que los viejos son aficionados a ensartar refranes. He aquí uno que no conocéis: «El que desprecia a un viejo, desprecia un tercio de su pellejo». [...]
Naturalmente, no me estoy refiriendo a ti, lector, que acabas de meterte en una librería y, movido por la curiosidad que te acompaña siempre, tienes este o cualquier otro libro que merezca la pena en tus manos; me refiero a otros. A los jóvenes, o menos jóvenes, a la deriva y sin norte, a los que creen que revolucionar es destruir, a los que nacieron ya sabiéndolo todo, a los que vinieron al mundo para tirar su vida y la de los demás. A ti, no. Tú, con este libro en tus manos, haces ya lo bastante para ser diferente.