¿El más viejo y universal de todos los mitos?
El mito del Ratón (o Ratoncito) Pérez, el simpático roedor al que los
niños (de entre cinco y siete años, por lo general) entregan los dientes de
leche recién caídos es, seguramente, el más conocido, el más popular, el más
vivo de todos los que existen en España.
A la luz de los datos que iremos reuniendo en este libro, comprobaremos
también que es uno de los mitos más viejos y más arraigados que viven no sólo
en nuestro país, sino en el mundo entero. No en vano se ha afirmado lo
siguiente acerca de su hermano francés,
El mito del Ratón de los dientes es, además, uno de los pocos cuya
supervivencia parece estar garantizada por largo tiempo, porque ha logrado
embarcarse en la nave salvadora del cuento ilustrado, del cómic, del cine, de
los medios de cultura de masas, de Internet. Ha llegado incluso a convertirse en
pujante atracción turística y a tener una placa conmemorativa bien visible en
el número 8 de la calle del Arenal (donde hay quien cree que tenía su
domicilio), una de las más concurridas de Madrid; a ser el protagonista de
grandes y publicitadas exposiciones artísticas (que han acabado convertidas en
muestras virtuales que puede visitar cualquiera en Internet, con solo marcar la
dirección http://cvc.cervantes.es/actcult/raton/, por ejemplo); a dar nombre a
marcas comerciales como la «Ratón Pérez Entertainment S.A.», que gestiona
algunos productos relacionados con él; a tener, en el Parque de
Casi todos hemos estado alguna vez convencidos de la existencia del Ratón
que se lleva los dientes. Casi todos hemos afirmado haber tenido algún
contacto, negociado algún contrato y hecho algún negocio con él: el de darle
un diente a cambio de dinero o de algún regalo. Hay quien le ha vendido sólo
el primero de sus dientes de leche, y hay quien le ha vendido todos. Y muchísima
gente asegura, incluso, que lo ha visto u oído corretear y deslizarse bajo su
almohada entre sueños. Además, los adultos más hechos y más derechos siguen
empeñados en ofrecer a los niños todo tipo de pruebas acerca de su existencia
y acumulando argumentos para que crean en él. ¿Algún otro de nuestros mitos
ha llegado a ser más aceptado, más reivindicado, más indiscutible que éste?
¿El más oscuro y enigmático de todos
los mitos?
Pese a su popularidad, el del Ratón de los dientes es también nuestro
mito más oscuro, más misterioso, de orígenes y currículum más dudosos. ¿De
dónde ha salido? ¿Por qué un Ratón? ¿De dónde le viene su irrefrenable
afición a coleccionar dientes infantiles? ¿Adónde se los lleva? ¿Por qué no
siente la misma afición por los dientes de los adultos? ¿Qué puede significar
que un Ratón que se dedica a merodear alrededor de las camas de los niños y
que se empeña en corretear con confiada impunidad bajo los pliegues más
resguardados de sus almohadas suscite simpatía en vez de alarma?
En España hay quien piensa que fue don Luis Coloma (1851-1915), un
sacerdote jesuita andaluz que escribió cuentos y novelas —a mitad de camino
entre lo costumbrista y lo sensiblero— a finales del siglo xix
y comienzos del xx, quien
creó y dio la señal de salida a las imaginativas andanzas de esta sorprendente
criatura, por el solo hecho de que escribiese (posiblemente en el año 1894) un
breve y conocido relato, dedicado al rey niño Alfonso XIII (que había nacido
en 1886) y ambientado en el viejo Madrid, que se titulaba Ratón
Pérez (cuento infantil). Coloma fue quien se inventó la especie de que el
Ratón Pérez vivía en una tienda de la calle Arenal 8, pero no es cierto que
fuera él quien creó al inquieto Ratón, porque éste llevaba ya muchas
generaciones —según admite él mismo en su cuento— poblando las
imaginaciones de los niños españoles cuando inspiró el famoso cuento decimonónico.
Y no sólo estaba ya presente el Ratón en los sueños de los niños españoles,
pues en muchos otros países del mundo —desde Escandinavia hasta China y desde
Haití hasta Madagascar— millones de niños han creído, desde muchos siglos
antes de que naciese Coloma, que es un Ratón quien viene a llevarse sus dientes
de leche caídos. Aunque en los países en que no se habla español no se
apellide, lógicamente, Pérez.
¿Quién es y de dónde ha salido, pues, este extraño Ratón dominado
por la obsesión irresistible de llevarse los dientes de los niños, tan
conocido y tan desconocido al mismo tiempo, tan famoso y tan enigmático, de
pasado tan oscuro, presente tan iluminado por los focos de la fama y futuro tan
prometedor?
El Ratón que fue padre de un
Hada
Las páginas de este libro van a estar dedicadas a demostrar hasta qué
punto figura —como ya se ha dicho— el mito del Ratón al que los niños
entregan sus dientes de leche entre los más conocidos, difundidos y
persistentes —y también entre los más dinámicos y variables— que se
conocen en España y en el mundo.
En la actualidad, y en muchas de las tradiciones que alberga la ancha faz
de la tierra, y que viven sometidas a un creciente y agresivo proceso de
globalización, la costumbre que predomina es la de guardar el diente debajo de
la almohada, para que por la noche venga el Ratón a llevárselo, dejando a
cambio un pequeño regalo, o una cierta cantidad de dinero para que al niño le
compren un regalo.
La excepción más notable a esta práctica se da en los países
anglosajones, sobre todo —desde la década de 1940 aproximadamente— en los
Estados Unidos, foco desde el que, en torno a 1950 o 1960, irradió hacia Gran
Bretaña, Irlanda y otros países. A quien se suele esperar en aquellas naciones
(por más que el mito del Ratón no sea del todo desconocido en ellas) es a
Porque no hay que olvidar que el ratón es un animal que causa
repugnancia a la gran mayoría de los adultos y que, en cambio, suele, por
alguna misteriosa razón, despertar las mayores simpatías entre los niños, que
han llegado a convertirlo en icono sólidamente entronizado en su imaginario (no
en vano fue el popularísimo Ratón Mickey la primera gran estrella que surgió
de la jovencísima factoría de Walt Disney, en 1928), a adoptarlo (al ratón o
a otros roedores de pequeño tamaño del tipo de los hámsters,
ardillas o cobayas) como animal de compañía
predilecto, o a convertirlo en protagonista de todo
tipo de rimas y de juegos infantiles[2].
Tampoco hay
que perder de vista el hecho de que, en muchísimas tradiciones de todo el mundo
—según apreciaremos en un capítulo monográfico de este libro—, el que algún
animal (sobre todo el gato, reverso en tantos aspectos del ratón) comparta
habitación nocturna con el niño se considera una
amenaza gravísima para éste. Eso hace aún más curiosas y meritorias
las andanzas del Ratón en torno a las camas infantiles.
Antes de nada, hay que advertir que este Hada de los Dientes anglosajona
en que se diluyen los rasgos más inquietantes y se potencian los más amables
del ambiguo Ratón parece que es, si se quiere llamar así, una especie de hija
de éste, o al menos una heredera, depositaria, imitadora, receptora, de sus
genes míticos, de sus costumbres, de sus modos de operar. Existe consenso entre
los antropólogos norteamericanos —que han dedicado miles de páginas a
intentar reconstruir la vida de este mito esencial de su imaginario colectivo—
sobre el hecho de que hasta la década de 1920 no se documentan en su país las
transacciones de dientes por dinero debajo de las almohadas, y de que hasta en
torno a 1930 o 1940 no comenzó a ser llamada Tooth Fairy o Hada de los Dientes —al menos de manera apreciable y
documentada— el mágico ser que venía a cambiar por regalos o por dinero los
dientes que los niños norteamericanos depositaban en el rincón más íntimo de
sus camas.
Lo que desconocían hasta ahora los especialistas norteamericanos es que
unas décadas antes, en 1894, el cuento
infantil Ratón Pérez de Luis Coloma demostraba —y es por eso un
testimonio precioso y casi excepcional en
Dice así un episodio crucial del cuento de Coloma que muestra al joven
rey Buby (trasunto del niño Alfonso XIII) escribiendo su carta al Ratón:
Mas esta señora [
Así lo hizo ya el justo Abel en su tiempo, y hasta el grandísimo pícaro
de Caín puso su primer diente, amarillo y apestoso como uno de ajo, escondido
entre la piel de perro negro que le servía de cabecera. De Adán y Eva no
se sabe nada: lo cual a nadie extraña, porque como nacieron grandecitos, claro
está que no mudaron los dientes.
Además de éste, existen otros documentos precursores y de importancia
verdaderamente trascendental para nuestra investigación: un breve informe
etnográfico de la región francesa de
Las tradiciones generalizadas en Norteamérica a partir de 1920, 1930,
1940 (y en el resto del mundo anglosajón a partir de 1950 o 1960) acerca del
Hada de los Dientes que, tras recibir la carta, deja dinero debajo de la
almohada de los niños son posteriores, pues, a las documentadas como
relativamente viejas y arraigadas en
La muy escasa documentación europea acerca de esta Virgen o de esta Hada
—invocadas, que nosotros sepamos, sólo en unos cuantos lugares de
Francia, de Italia y del País Vasco— y el requisito de la carta —que en el
Madrid de fines del xix era tradición
escribirle al Ratón, igual que hoy se escribe al Hada de los Dientes
anglosajona— resta posibilidades, aunque no descarta la candidatura de
No es seguro, en cualquier caso, que la estereotipada hada de pelo largo
y vestido vaporoso —en la acuñación de su imagen típica ha tenido algo que
ver, según veremos, la estética de las hadas de las películas de Walt
Disney— opere con mayor eficacia mítica —ni, desde luego, con mayor
coherencia simbólica— que el nervioso y entrañable Ratón de los Dientes.
Por una razón obvia y que ya podemos ir adelantando: al Ratón se le ha
invocado en muchas culturas y durante milenios para que se lleve los dientes de
los niños porque se esperaba de él que los dientes de reemplazo naciesen (por
arte de magia o, si se prefieren términos más técnicos, por magia homeopática
y por magia simpática) con la misma fuerza y resistencia que los suyos. Y no
hay que olvidar que el Ratón es un incansable roedor cuyos dientes no cesan jamás
de crecer.
De las hadas en general, y del Hada de los Dientes en particular, nunca
se ha sabido, en cambio, que posea dientes de calidad equiparable a la de los
dientes del roedor por excelencia. Es cierto que suele ser representada
exhibiendo unos dientes de blancura y brillantez inmaculadas, pero no tan
poderosos, ni tan prominentes, ni tan característicos como los del Ratón. Símbolo
y magia funcionan, pues, de un modo mucho más justificado y coherente en el
caso del milenario Ratón que en el de la advenediza y todavía muy joven
—aunque ambiciosa— Hada de los Dientes.
[1] Traduzco de Luc Schweitzer, Le
mythe de
[2] Sobre la tradicional relación de simpatía
entre ratones y niños, y sobre la intervención de ratones en el folclore
de los niños, véase Françoise Loux, con la colaboración de Claudine
Reinharez, L’ogre et la dent:
pratiques et savoirs populaires relatifs aux dents (Nancy:
Berger-Levrault, 1981) pp. 54-56.
[3] Fue publicado en François Daleau, Notes
pour servir l’étude des traditions, croyances, et superstitions de