La
secuencia del gusto no se deja atrapar por una escritura propia; no existen
signos, como en la música, para registrarla; ninguna partitura podría dar
cuenta de los grados de plenitud y frustración que un alimento segrega y, sin
embargo, la perduración de esas oscilaciones en la memoria es proporcional a la
fugacidad con que se precipitan las sensaciones hasta borrarse. Es tan entrañable
y tan esquiva la marca que dejan, tan poderosa la capacidad de almacenamiento,
que sus tributarios todavía no han terminado de percibir cómo se disuelve y
desagrega la materia y cómo se difunden sus encantos que ya comienzan a añorarla,
aun cuando la sepan irrepetible. Si hay una búsqueda melancólica es la de ese
objeto que las papilas gustativas alguna vez cortejaron y que la evocación sólo
podría restituir como un regusto lejano y espectral. Como quien restaura una
imagen evanescente la mano de la escritura trabaja por etapas; esculca en los
recuerdos y va extrayendo, como si pintara con veladura, primero el relente y,
luego, las sucesivas capas del deleite hasta alcanzar, ya en la frase, el hueso
de aquel sabor. Sólo en la palabra el
contento que alguna vez la lengua relamía. “Prólogo”, Tununa Mercado
“se trata, más que de ‘a la carta’, de un verdadero ‘menú de la casa’, con opciones varias para cada plato, formando un sabroso libro cuyas páginas están, bien que figuradamente, transida de mil aromas que alimentan o, al menos, engolosinan.” José H. Polo, Heraldo de Aragón
“Se observará, en fin, que este lector no ha perdido una sola línea en reflexionar sobre el relato; ha preferido, sin más, disfrutarlos. Buen apetito.” Javier Goñi, “Babelia”, El País |